lunes

Nos amábamos

Nos amábamos, sí. Yo la amaba a ella y ella me amaba a mí; pero habíamos olvidado cómo ser una sola, cómo sonreír solo por la mutua compañía, cómo afrontar juntas un nuevo día. Habíamos olvidado nuestros espacios compartidos, una tarde a solas en el parque, tomando un café o leyendo un libro. Habíamos olvidado nuestras noches de pasión, los intensos desvelos cuando hacíamos el amor. Olvidamos cómo llamarnos, los poemas instantáneos, el romanticismo y la dulzura que antes tanto profesamos.

Nos amábamos, claro. Yo amaba su ternura, ella mi seguridad; pero dejamos de lado las charlas al llegar. Ya no había una historia acompañada de risas y abrazos, solo había un “buenas noches, estoy cansada, voy al cuarto”. Ya no existía un “¿Cómo estás?” sin que sonara tan vacío como todos los demás.

Nos amábamos, no cabe duda. Yo amaba su sonrisa, ella mi cabello con la brisa; pero dejamos pasar muchas cosas; mi vida en la universidad, su trabajo y mucho más. Ella llegaba siempre  tarde, yo salía demasiado temprano. Yo estaba demasiado agotada, ella ya poco entusiasmada. Ella tenía sus sueños por alcanzar, yo una meta por lograr. Yo volví a apreciar la oscuridad, el frío y hasta la soledad; ella volvió a mirar sus amigos, su espacio y demás.

Nos amábamos, es definitivo. Yo amaba el calor de sus brazos, ella mi fascinación por sus abrazos; pero dejamos de compartir momentos sin importancia y cotidianos; ir de la mano en el supermercado, vernos después de un día atareado; las charlas al desayunar, una llamada al almorzar, un beso antes y después de cenar o el acompasado sonido al respirar cuando intentábamos dormitar.


Nos amábamos, es obvio; pero olvidamos como demostrarlo, el sentimiento existe pero ambas nos alejamos. Aun con el sabor a locura que deja la decisión, ambas sabemos que lo hacemos por amor. Porque lo quieran creer o no, a pesar de todo, siempre nos amamos ella y yo. 

sábado

Quizá

“Quizá…” – esa fue mi escueta respuesta a todo cuestionamiento, esa fue la única palabra que me atreví a proferir, ese ‘quizá’ fue lo único que le podía decir  porque dentro de él se encerraban millones de sentimientos, miles de sueños, infinidad de momentos.

Pero ella no lo supo comprender. Tanto tiempo conmigo y no había encontrado, ni siguiera atisbado, mi peculiar forma de ver, de vivir, sentir y disfrutar la vida. Tantos años y ella seguía esperando un cambio imposible en mí, uno que me obligara a dejar sueños morir y vivir como se espera vivir.

Ella nunca reconoció el encanto de una mañana abrazadas, la dulzura de las gotas de lluvia empapando la ventana, el deleite en un atardecer al caminar con pausas; tampoco entendió la hermosura de la noche, mi pasión por los antiguos coches o el ¿por qué? de mi colección de broches.

Nunca quiso comprender mi temor a lo monotonía, al trabajo siempre igual con el paso de los días o a mantener las mismas rutinas. Tampoco encontró mi odio a una librería vacía, al sentarme frente a un televisor para enterarme de otras vidas. Nunca vio más allá de mi aberración por madrugar o mi fascinación por trasnochar. Nunca entendió por qué yo siempre sonreía, quizá porque no vio más allá de la sonrisa.

Pero aun así yo la amaba, la amaba como a mi propia libertad, como al trinar de las aves en su habitad natural. La amaba con la pasión y fuerza de centenares de huracanes, con la delicadeza impresa al momento de besarle.

La amaba con sus virtudes, la amaba con sus defectos; la amaba por ser ella, por sus arrebatos y consejos. Pero ella no entendía mis ganas de vivir, la concepción que tenia del mundo, el encanto de, en ocasiones, sufrir; no entendía la importancia del silencio donde los pensamientos tienen eco ni la armonía de la oscuridad siempre llena de tranquilidad.

No éramos un tal para cual, éramos simplemente nosotras buscando la mejor forma de amar. Mas el tiempo no es siempre fiel amigo o consejero, en ocasiones destruye todo con su curso sempiterno. Al final ella no entendió mi amor por ella ni yo su incansable intento por permanecer quieta.

Ninguna vio un poco más allá y ambas nos cansamos de luchar. Porque si ella hubiese visto lo que hay detrás, hubiese entendido mi escueto ‘quizá’ y si yo hubiese comprendido un algo más, le hubiese respondido como debía contestar…


Ahora nuestro futuro se resume o resumirá a un sencillo y llano quizá…