Nos amábamos, sí. Yo la amaba a ella y ella me amaba a mí;
pero habíamos olvidado cómo ser una sola, cómo sonreír solo por la mutua compañía,
cómo afrontar juntas un nuevo día. Habíamos olvidado nuestros espacios
compartidos, una tarde a solas en el parque, tomando un café o leyendo un
libro. Habíamos olvidado nuestras noches de pasión, los intensos desvelos
cuando hacíamos el amor. Olvidamos cómo llamarnos, los poemas instantáneos, el
romanticismo y la dulzura que antes tanto profesamos.
Nos amábamos, claro. Yo amaba su ternura, ella mi seguridad;
pero dejamos de lado las charlas al llegar. Ya no había una historia acompañada
de risas y abrazos, solo había un “buenas noches, estoy cansada, voy al cuarto”.
Ya no existía un “¿Cómo estás?” sin que sonara tan vacío como todos los demás.
Nos amábamos, no cabe duda. Yo amaba su sonrisa, ella mi
cabello con la brisa; pero dejamos pasar muchas cosas; mi vida en la
universidad, su trabajo y mucho más. Ella llegaba siempre tarde, yo salía demasiado temprano. Yo estaba
demasiado agotada, ella ya poco entusiasmada. Ella tenía sus sueños por
alcanzar, yo una meta por lograr. Yo volví a apreciar la oscuridad, el frío y
hasta la soledad; ella volvió a mirar sus amigos, su espacio y demás.
Nos amábamos, es definitivo. Yo amaba el calor de sus
brazos, ella mi fascinación por sus abrazos; pero dejamos de compartir momentos
sin importancia y cotidianos; ir de la mano en el supermercado, vernos después de
un día atareado; las charlas al desayunar, una llamada al almorzar, un beso
antes y después de cenar o el acompasado sonido al respirar cuando intentábamos
dormitar.
Nos amábamos, es obvio; pero olvidamos como demostrarlo, el
sentimiento existe pero ambas nos alejamos. Aun con el sabor a locura que deja
la decisión, ambas sabemos que lo hacemos por amor. Porque lo quieran creer o
no, a pesar de todo, siempre nos amamos ella y yo.