No era que ella se considerara celosa, por el contrario,
según su autoimagen era la mujer menos celosa en la faz de la tierra. Tampoco
era que no confiara en su pareja, si fuese lícito decirlo, la consideraba la
mujer más recta habida y por haber; confiaba ciegamente en esa chica que le
había robado el corazón desde hace algunos meses. No era que fuese dominante o
asfixiante en su relación, si bien todos mencionaban que quizá se pasaba de
fresca en algunos casos. Menos aún era el hecho de que su novia fuese
coqueteando por ahí con medio mundo, nunca pasaba; ella era amigable y muy
amable, no más; eso le encantaba de ella, era un ‘algo’ que nunca tendría y le
agradaba que su novia tuviese.
El problema era que, al parecer, su confianza en sí misma
había disminuido a niveles subterráneos. Claro, ‘Los celos aparecen cuando la
confianza en sí mismos es demasiado escasa. Si alguien se fija en tu pareja
debes sentirte alagado y afortunado, sales con una persona que roba suspiros a
más de uno y eres tú el privilegiado al que le dice “amor”, “cariño”, etc.;
preocúpate si tu pareja le presta atención, nunca antes.’, siempre había sido
su lema. Si ahora algo en su interior se movía y cierto malestar aparecía
cuando algunas situaciones tenían lugar, era porque sencillamente en su
interior ese lema no estaba siendo aplicado.
La pregunta era ¿Cómo cambiar esa sensación y volver a ser
ella? Realmente no tenía un plan de contingencia para esos casos ni mucho menos
sabía cómo actuar cuando se presentaban. ¿Cómo saberlo cuando toda tu vida has
estado exento de sufrirlos? Lo recomendable, según sus amigos, era hablarlo,
pero ¿Si no funcionaba?, ¿Si en medio de la plática su falta de experiencia y
tacto todo lo arruinaran?; no quería estar expuesta a semejante riesgo, entonces
¿Qué hacer?
Ella no entendía cómo es que le pasaba y entre su ataque de
histeria, su mal genio, su auto-sabotaje y demás sensaciones y sentimientos
encontrados, solo podía atinar a pensar en círculos llegando siempre al mismo
punto ¿Qué era lo que estaba sintiendo en ese momento? No podía simplemente
estar queriendo desollar a alguien por qué si, ¿verdad?; pero ¿eran las razones
que encontraba suficientes?
No era ella una celópata compulsiva obsesiva. No lo fue
cuando su primer amor le presento a la chica por la que la dejaba; menos cuando
su siguiente pareja le conto, estando a kilómetros de distancia, que se había
besado con otra; tampoco cuando una chica, con quien tenía planes serios, salía
con un chico para que su familia no sospechara, ni lo fue cuando uno de sus
mayores amores le contaba de todas sus conquistas antes de ella y las chicas, o
chicos, que le ‘caían’ estando con ella. Entonces ¿Por qué ahora sí? ¿Qué tenía
de diferente esta nueva relación? ¿Por qué se sentía como niña primeriza y vulnerable?
Ella era la de experiencia, eso lo decían sus allegados, esos amigos que
conocían la historia desde el primer ‘hola’ hasta su actualidad. Pero ella era
también la menor.
Ella era quien se había cerrado a conocer el amor, la que
desistió de equivocarse y prefirió disfrutar la libertad y, por qué no decirlo,
el sexo sin ninguna preocupación, atadura o temor. Ese que se entrega por una
noche a alguien, pero que a la mañana siguiente solo resulta en un desaire, un
escape fortuito, una salida sin prueba de delito. Era ella quien no quiso
volver a intentarlo, dejar toda esa ‘estupidez’ del enamoramiento, como en
algún momento lo llamó, a los tontos sin cerebro que creen que la vida es como
en los cuentos, donde el final feliz termina siempre saliendo a relucir. Ella
era quien se consideraba más realista y menos fetichista; con los pies en la
calzada por la que cruzaba cada mañana, una meta lógica, un objetivo claro; no
necesitaba al amor para lograr lo esperado, sería, para ella, un obstáculo más
por el cual pasar.
Así era ella, pero en algún punto su perspectiva cambio
tirándola sin paracaídas al dilema en que se encuentra hoy.
Porque el pasado no es nada cuando se encuentra a quien se
ama; tus palabras de excusa para tu ansiada, y obligada, libertad resultan cero
cuando con una mirada esa persona te hace temblar hasta la más pequeña fibra en
tu interior. Ella lo probaba en carne propia y ese era su verdadero problema,
se sentía nueva y vulnerable en las mieles del amor, porque todo resultaba
diferente en esta ocasión. Amaba a esa chica como nunca a nadie amó, aunque
presuroso resultara decir tal afirmación.
Ella la llenaba de ternura, seguridad, cariño y compresión.
Ella le brindaba todo lo que siempre buscó; empero el miedo entonces asechaba,
cuando no se sabe cómo, cuando las cosas son nuevas, cuando vas caminando a
tientas siempre hay algo que atormenta. Ella no era la excepción, la amaba
tanto que temía no ser lo que la otra soñó, temía que sus defectos la alejaran
sin darse cuenta, que alguien mucho mejor viera el tesoro y sin reparo lo
alejara de ella.
No es que se creyera poca cosa, su ego lo tenía alto, o eso
pensaba. Lo que ocurría era que cuando encontramos una doncella como ella, que
poco le falta para ser una estrella aquí en la tierra; por mucho que nos demos
ánimos, muy en el fondo sabemos que es un milagro que se fije en ti y mucho más
complicado es que no se desencante cuando vea que mientras ella es perfecta, tu
resulta un remedo de lo que podría merecer y con tantos buenos partidos a la vista
¿Cómo rayos no temer?
Entonces, ese era su inconveniente: la amaba tanto que su
miedo a perderla era igualmente proporcional. No es que fuera una celosa, solo
que entendía las intenciones de los demás y por ende se sentía,
inconscientemente, en el deber de estar alerta y, si el caso lo exigía, actuar.
Puede que no fuera lo que merecía, pero había sido la elegida; eso debía de
pesar.
Finalmente el lema ya no era igual; ese día había aprendido
que se cela a lo que realmente se ama y que no es falta de autoestima,
simplemente uno cuida los mayores tesoros hasta con la vida.