Tengo un
recuerdo difuso de un momento complicado, la ilusión rota en segundos y el
corazón frío y cansado.
Miro lo que queda de todo a mi
alrededor: los niños que pasan, las madres vigilantes, los carros
atascados en la avenida, los árboles con su movimiento solitario, la gente que
camina de prisa, lo que sonríen hablando, los que hacen ejercicio y aquellos que
con su perro van pasando. Finalmente me veo a mí, o intento imaginar cómo me
veo: Sentada en un banco sin más que un delgado suéter para estos días de
invierno, el cabello ligeramente enmarañado y desordenado, mis ojos que
ven y no ven, la cara pálida, las manos - congeladas- entrelazadas, postura
encorvada, sonrisa apagada... Algo de tiempo para una cruel marcha.
Qué fue lo que había ocurrido,
probablemente deje de lado el mundo por ser alguien, o bueno, deje lo
importante por intentar ser alguien.
Entonces regresa el recuerdo... ¿Qué
había sido todo aquello? Me veo a mi misma ingresando
a la universidad, algunos maestros, mis primeras clases y uno que otro
rostro de lo que debió haber sido algún compañero. Después me veo con mi
título profesional y su sonrisa que nunca me ha dejado de acompañar. Observó mis manos,
tan fugaz como llega el recuerdo se va.
¿Por qué ahora? y ¿por qué no antes?
Antes me negué a pensar, tenía un temor mucho más grande por analizar.
Escucho el barullo típico de la
ciudad, otro recuerdo me sale a encontrar: un centro comercial y una
charla con alguien en extremo importante, una pregunta rondando ¿qué hacer de
ahora en adelante? Algo que fue resuelto por 2,
quien me acompañaba y la otrora que fui
yo.
Un niño ha caído y ha soltado un alarido, la madre
corriendo llega a ver que ha sucedido. Entonces me veo a mi misma siendo
atendida por unas manos fuertes y gentiles, que sacaban mis lágrimas y calmaban
mi ser de forma increíble.
Luego recuerdo una noche de quizá
abril o quizá agosto. Unos brazos en mi cintura, una sonrisa, unos
cuantos besos, de esos explosivos que te llevan un tanto más arriba del
firmamento, que te encienden el alma y te exigen no tener calma.
Un auto derrapa de golpe,
el caucho quema el asfalto y las llantas quedan marcadas por una estrepitosa
frenada. En tanto llega a mi mente el
recuerdo de una ciudad, de viento golpeando mi cara y cierta adrenalina por un
'no sé qué' difícil de explicar.
Levanto la mirada y se remplaza por
una tarde en cama: Yo recostada a su lado en maratones de películas que
terminaban en mis siestas por lado y lado.
El frió se acrecienta, mis
manos entumidas me piden tregua a su calvario así que, a paso decidido, mis
pies se mueven en busca de un café y, quizá, algo para comer. Los recuerdos
bailan ante mis ojos mientras mis pies se mueven solos.
Las tardes de ajedrez, las risas con
ese juego que hasta hoy resulta una oculta pasión que nunca llega a ver el sol.
La primera vez que cierta frase de gran peso salió de sus labios, el corazón más que acelerado.
El dolor en su mirada y las lágrimas que nos acompañaban cada vez que el adiós se aproximaba.
La fortaleza que le caracterizaba y aquella que me traspasaba.
Las carcajadas cundo se divertía, el calor con el que llenaba mi vida.
Las discusiones sin sentido, los momentos mágicos que compartimos.
La primera vez que cierta frase de gran peso salió de sus labios, el corazón más que acelerado.
El dolor en su mirada y las lágrimas que nos acompañaban cada vez que el adiós se aproximaba.
La fortaleza que le caracterizaba y aquella que me traspasaba.
Las carcajadas cundo se divertía, el calor con el que llenaba mi vida.
Las discusiones sin sentido, los momentos mágicos que compartimos.
Llego a mi destino y pido un
capuchino. El lugar me lleva a pensar en unos números difíciles de olvidar:
1124. A estas alturas representan tantas cosas, son un recordatorio de sueños,
discusiones, despedidas, bienvenida y hasta viejas melodías.
El café humeante calienta
mis sentidos, mis manos resentidas y mi cerebro dormido. Las mentiras nunca
llevan a ningún fin positivo, pero la desconfianza en mis actos me arrojó hacia el
vacío. No puedo ser la misma cuando la historia es tan larga, cuando las
circunstancias te cambian y la vida te hace sacar las garras para no quedar en
un rincón atrapada. Cuando mi anhelo de libertad y vida ha sido la constante
más grande durante todo ese caminar.
Si supiera cuán importante es para mí,
estoy segura que jamás habría desconfiado de mi así. Si supiera... Si supiera solo tantas cosas
que jamás logré decir, las cosas quizá hubiesen tenido un mejor fin. Fui
culpable por engaños, culpable por haberme transformado en esta mujer tan fría,
fui culpable por cambiar a la chica de la que se enamoró cierto día. Su ser fue
culpable de desgarrar mi intimidad, mi privacidad y en mis palabras no confiar.
No hay alma que no tenga secretos en este mundo, no hay ser que diga
absolutamente todo a los demás y, sin embargo, lo que le contaba resultaba más
de lo que cualquier otra persona de mi podía siquiera medio hablar.
La taza de café yace vacía en la
mesa, una lágrima tibia me entero que yace junto a ella. Mi rostro no cambia su
expresión, pero otro par de lágrimas a hurtadillas salen de sus bóvedas sin
darme tiempo a reaccionar. El envés de mi mano las elimina antes de que
reposen junto a la taza vacía y la primera gota. ¿Cuánto tiempo ya ha pasado?
Quizá días, quizá semanas, quizá meses o años.
Llega arrollador a mi cabeza el
recuerdo de nuestro último adiós... y es en ese momento donde se disipa el
dolor y una leve sonrisa sale a flote por primera vez desde que cayó el telón:
No hay momento en el que se aprecie más a la vida que aquel donde la muerte se
acerca. Tuve una buena vida... Ha sido buena porque durante parte de ella
estuve con esa persona que mi ser se lleva y a quien mi corazón y alma se
entregaron aun cuando la razón ante ellos se interpusiera.
Pago y me
dirijo al hospital, se ha acabado mi momento para reflexionar... Es momento de
prepararme para la operación que mi vida intentara salvar. Si los médicos lo
consiguen quizá te busque y a esta historia le demos un mejor final, si no ocurre...
Sabrás que fui completamente tuya hasta mi final.