miércoles

No prometo

Yo no prometo un amor eterno, eso se lo dejo a los cuentos.

Yo prometo un amor de un día, un minuto, una hora… Un amor de eventos y momentos. Porque soy cambiante, inconstante, pero si me entrego no dejo reservas.

Jamás te entregaré un ‘te amo’ irreal, un ‘te quiero’ ilusorio, un ‘te adoro’ sin trasfondo. Nunca diré algo que no sienta, en eso soy más que sincera.

Así que por lo mismo no prometo amarte eternamente, incluso no puedo prometerte amarte a diario. 

No puedo hacerlo porque quizá una mañana amanezca odiando el peso de una relación y aborrezca la idea de hacer el amor. Puede que una tarde algo convulsione en mi interior y no quiera abrazos cursis ni miraditas de amor. O puede que un día despierte con ganas de llevarte al cielo, perderme en tus brazos o comerte a besos. Quizá llegue un alba que me haga perder la calma y te colme de caricias entregadas, de miradas y palabras. O tal vez en el ocaso me den ganas de componer las más hermosas poesías y seas tú quien las inspire. Puede…

Pero soy cambiante, me agobio, me atormento y yo misma me libero. Cambio de sentido y dirección, de pensamiento y color. Por eso no prometo amarte eternamente…

Pero te aseguro, no, te juro que esos momentos donde te ame serán tan especiales que valdrá la pena soportar mis bipolaridades.


Hablemos de Sexo

            Sexo…

Creo que todos conocen lo que es quedarse con las ganas de más. Quizá recuerden la sensación de esas madrugadas donde tu ‘zona íntima’ te exigía atención. Esos molestos amaneceres donde por algún recuerdo, alguna circunstancia o algún sueño, algo en tu cuerpo palpita, te desespera y te exige.

Creo que muchos han sentido esa frustración de no poder tener lo que se necesita, de quedar en la mitad, porque… siendo sinceros, no es lo mismo recurrir a nosotros mismos en vez de al calor de otro cuerpo igual de ‘necesitado’.

¿Quién en su vida no ha quedado nunca iniciado?, ¿quién no ha añorado un orgasmo?... ¿quién no ha esperado una caricia más para llegar al éxtasis? Porque si hay alguien que en todas sus experiencias lo ha logrado: me quito el sombrero, me cambio de nombre y le pido clases. Así de simple.

Porque no creo que exista amante tan abnegado, tan perfecto y tan ilustrado que te haga ‘llegar’ en cada encuentro dado. O quizá el problema es mío que no encuentro suficiente y me quedo… bueno, me quedo esperando más.

¡Y es tan frustrante!

Me gusta el sexo, no creo que a mi edad y en esta época deba taparme la boca o sentirme pudorosa por aceptarlo. Me gusta esa sensación de deseo, de lujuria, de pasividad o agresividad – según sea el caso –. Me gusta sentirme vulnerable, sedienta, posesiva. Me gusta saberme causante del placer ajeno… ver un rostro deseoso, unos labios a veces apretados a veces entre abiertos; oír una respiración acelerada o los ruiditos que escapan sin permiso; sentir un cuerpo perlado en sudor, agitado… entregado. Me gusta sentir mi cuerpo sensible, erizado, dispuesto.

Me encanta esa sensación en mi vientre que se acrecienta con cada caricia, con cada toque, con cada movimiento. Me encanta mantener ese ritmo inconstantemente constante: quizá acelerado, quizá pausado; tal vez con suavidad, tal vez con ferocidad. Me encanta vivir esa danza pasional. Me encanta alcanzar ese momento donde algo en tu interior se comprime para explotar en una ráfaga de sensaciones que recorren cada parte de tu sistema.

Me fascina llegar al orgasmo. Ya sea de esos que te dejan sin poder moverte, con el cuerpo temblando y una sensación palpitantemente placentera por un largo rato. Ya sea ese corto, preciso, vertiginoso… ese que te consume por unos segundos pero que te deja con la fortaleza para repetir inmediatamente la faena. Ya sea aquel que se entrecruza con tus emociones, te recorre, te estremece, te revuelca y te hace soltar la mayor carcajada o derramar unas cuantas lágrimas.

Me encanta el clímax del acto sexual; sin embargo,  más que el clímax, más que el choque de cuerpos o el proceso para llegar al tan ansiado orgasmo… me gusta la forma en que una persona puede hacer que desees ese contacto. Me fascina jugar: me encanta que me exciten, me enloquezcan, me atormenten. Amo, y lo digo con total seguridad, que sensibilicen mi cuerpo a tal punto que no pueda soportar y exija, e incluso suplique, que acaben con esa placentera tortura y comiencen con el acto sexual. Eso potencializa mis sentidos, las sensaciones, el placer.

Adoro los besos en mi cuello, en mi espalda. Adoro que acaricien mi cuerpo,  que aprieten mis senos, que los lleven a su boca y hagan lo que quieran con ellos. Adoro que jueguen conmigo, que me hagan sentir su presa o en ocasiones me den la libertad para ser el cazador. Adoro que besen cada centímetro de mi piel, que me muerdan e incluso que me marquen. Adoro que se acerquen a mi sexo, que me hagan creer que van a ir más allá, pero que me dejen con las ganas de más. Adoro incluso que me hablen, que me exciten con la idea de lo que quieren hacerme y de las ganas que tienen. Amo todo el juego preliminar tanto o más que el plato fuerte y el postre.

Es por eso que volvemos al dilema inicial… la frustración que te queda cuando no consigues tu objetivo. Si la finalidad de todo lo anterior no es un gran e imponente orgasmo, entonces… ¿a qué jugamos?


jueves

De reflexiones

¿Alguna vez has sentido esa ira que burbujea en tu interior y que te impulsa a destrozar todo  – celulares, muñecos o cualquier cosa que tengas a la mano, incluso a ti mismo –?  Yo sí. No muy seguido, soy bipolar pero no suelo exaltarme lo suficiente como para que mi humor haga que me desquite con lo primero que tenga a la mano. Sin embargo, cuando pasa… cuando pasa es ese tipo de ira que te nubla la razón, que hace que las lágrimas salgan descontroladas de tus ojos, que tu pulso esté disparado, tu cuerpo alterado y tu respiración más que acelerada. Ese tipo de ira que te hace querer aventar todo contra una pared, gritar de frustración…

Pueden llamarlo como quieran: pataleta, berrinche, capricho, idiotez, inmadurez, estupidez. Quizá de cualquier forma en que lo llamen tendrá algo de verdad y algo de razón. Quizá, si lo ves desde afuera, parezca incluso un acto ilógico que no tiene fundamento. Quizá el objeto causante de tu ira no encuentre los motivos por los que te encuentras en tal estado de perturbación e inclusive, conociéndolos, le parezca poca cosa (grave error, si puedo opinar, porque no hay nada más jodido que aparte de saberte iracundo(a), ese alguien te pregunte “Ey, ¿estás molesto(a)?” o ¿por qué estás molesto(a)?). Quizá solo es un capricho tuyo porque todo te salió mal…

Pero es que… ¿No es lógico pensar que si ciertas circunstancias se unen – circunstancias que han tenido impacto directo en ti y en el desarrollo de algunas actividades – estás van a prevalecer sin importar el momento? Idiota de mí que vive preocupándose por otros y suponiendo cosas que al parecer no son tan transparentes. Eso me pasa por marica.

Y creo finalmente que ese es otro motivo de mi convulsión interior, de mi ‘pataleta’ o si alguien lo prefiere de mi ‘bipolaridad’. Ser una estúpida crédula que pretende demasiado y que espera demasiado, pero que siempre se queda sin nada o, como se diría coloquialmente, con los crespos hechos. Igual, por lo menos puedo admitir que hasta ese punto es mi culpa, lo demás… a lo demás ni siquiera tengo ganas de diseccionarlo y analizarlo, es mejor seguir siendo yo la inmadura.

Es curioso que cuando ocurren ese tipo de cosas las personas sí quieran hablar e incluso insistan en ello. Menuda partida de… de mejor no sigo. Estoy herida, ‘putistérica’ y susceptible; una combinación mortal para personas tan emocionalmente inestables como yo.  Lo positivo es que después de esto sé que sólo tendré que cambiar de celular.


domingo

Peor que una hoja el viento

Desorientada, choqueada, perdida a la deriva… peor que una hoja al viento.

En mi cabeza nada encuentra inicio o fin, ni siquiera el intermedio. Todo gira sin girar y duele, y me consume y me duerme, pero nada cambia.

Mentiras… ¿Mentirosa?, ¿Quién es quién miente?... ¿A quién darle la espalda? ¿Cuándo volví a mentir?, ¿A mí, a ella… a quién? Y no lo recuerdo, aunque me esfuerzo. No, a ella no. ¿A mi tal ves? No, eso tampoco… entonces ¿A quién? Y si me mienten a mí…

No lo vi venir, ni siquiera supe que podía suceder. Quizá hace 10 meses, pero ahora… ahora… no, ahora no.

¿De qué hablaba?, ¿Mis palabras?, ¿Mis acciones? Pero yo qué hice. ¿Cuándo mentí?, ¿a quién engañé?, ¿cómo engañé?... ¡¿Qué pasó?!

¿Inmadurez? Si, por no tener fuerza para alejarme de ella, aunque nos hacíamos daño. Inmadura por quererla mientras me olvido a mí misma. Inmadura por hacerla el centro de mi mundo… Pero ahora…

¿Ahora qué? ¿Por qué soy inmadura? ¿Por qué las palabras cargadas de rencor? ¿Acaso volví a traicionar sin darme cuenta?... ¿Qué demonios es una traición? ¿Cómo le traicioné? ¿Yo qué hice? ¿Qué le hice para que no me quiera ni ver?

¿Tan mala soy?, pero… ¿por qué soy mala?

Padre, ¿Sabes por qué soy mala?, ¿Sabes qué hice?.... Padre, tú lo sabes, te lo he contado todo entre extensas llamadas colmadas de llanto. ¿En qué fallé?, ¿ahora qué hice? Necesito…

¿Qué necesito?  A ella… pero ya no quiere ni mi amistad. ¿Qué le hice?

¿Confundida?... pero no, no lo estoy. Estoy deprimida, así tenga los sentidos tan dormidos por lo que acaba de ocurrir, sé que algo dentro de mí hizo “Crash, Crick” o como quiera que suene  algo que se rompe. Solo se rompió, un poco más que antes, un poco más que cuando me restregaba en la cara ese momento, un poco más cuando me decía que me odiaba, un poco más que cuando me golpeaba en sueños y me insultaba, un poco más que sus “ve y corre a sus brazos”, un poco más que sus “aléjate de mí”, un poco más que todo lo que me había dicho o hecho antes, un poco más que todo lo demás. Un poco más que siempre, lo suficiente para que ni las lágrimas quieran salir.

 ¿Qué siente ella?, ¿qué piensa ella?

¡Basta!

Pero no puedo… No puedo dejar de pensar en lo mismo: ¿Qué hice?

Y han pasado cerca de 2 horas o quizá menos, no lo sé., pero nada cambia. La misma pregunta, los mismos sentimientos, la misma confusión, la misma sensación… Estoy perdida a la deriva peor que una hoja al viento.



jueves

Y... solo y...

Y entonces te ves a ti misma atrapada en el silencio perfecto para pensar, envuelta entre las oscuridad y sin los calmantes suficientes para ir a dormir… A intentar dormir entre aterradoras pesadillas que, seguramente, son reflejo de lo que tú eres: Una aberración, sin duda alguna.

Y lo odias todo. Odias el silencio, el frasco que contenía tus pastillas vacío, las lágrimas que sin querer bajan por tus mejillas. Odias a tu mente torturada, desgastada y cansada. Odias no estar en trance, tener tus sentidos tan malditamente alerta. Odias tu tiempo libre. Odias el dolor de tu magullado cuerpo. Odias la expresión de tu rostro. Odias la sonrisa falsa y tu careta. Odias tu soledad. Odias el vacío. Odias todo… pero especialmente a ti misma. Te odias por ser como eres, por no tener el coraje suficiente para acabar con tu patética existencia.

Y la verdad se vuelca hacia ti con fuerza, sin clemencia: Estás acabada. Y te miras al espejo, ya ni esa cara bonita te complace. Tus ojos sin atisbo de brillo te enseñan lo que eres en el interior, una realidad que no habías querido aceptar y resultas tan repulsiva, tan putrefacta, tan tú.

Y lo sabes.  Y lo odias.

Y entonces sientes la pesadez del tiempo. De los años en vano, de todo lo que has dejado. Sí, porque tú has dejado mucho más de lo admites, de lo que te permites recordad recuerdas. Pero ahora el tiempo te enreda cada cosa, en cada momento… te pasa factura.

Y lo mereces. Mereces el suplicio, la tortura de tus demonios. Mereces el dolor que se clava hasta el fondo de tu corazón. El dolor que cala hasta los profundos rincones de tu alma. El dolor que se hace uno contigo.

Y regresa el odio. Odio por las lágrimas que bajan por tus mejillas. Odio por las palabras pronunciadas, por las calladas. Odio por lo abandonado. Odio por tus decisiones. Odio por ti y hacia a ti. Un odio que te consume, te devora, te destroza.

Y al espejo golpeas… Y la sangre, sin hacerse esperar, gotea.

Y te preguntas qué fue todo aquello. Y algo responde, “la demostración de lo poco que valías, de lo insignificante que era para alguien o para todo, pero sobre todo, para ti misma”.
Y qué importa la historia, qué importa lo que ocurrió antes de un punto muerto; lo interesante en estos momentos no es el camino sino el fin de los acontecimientos. La ansiada paz que a tus demonios callará.

Y te reconoces ilusa, estúpida, idiota, masoquista, maquina rota, demente, sin corazón consiente, miserable, demonio detestable, bruja despiadada, dramática, despistada, descarada, arpía, escoria, poca cosa, destructiva, poco sensitiva, doble cara, demacrada, acabada, destrozada, ser ruin sin remordimiento, macabra, depresiva, incomprensiva, hasta abusiva…

Y te desprecias. Incluso lo haces más que antes. Aborreces la sangre, tu ropa, tu llanto, tu existencia. Piensas por un breve momento de lucidez en quitarte la vida y terminar con tanta idiotez, pero te detienes y caes…

Y lo admites… La cobardía. TU Cobardía.

Y llega el alba y, como la maldita maquina bien engrasada, de tu silla te levantas, limpias tu herida, recompones la mirada, desnudas tu cuerpo, tomas una ducha apresurada, nueva ropa e inicias tu mañana. Llegas al trabajo, saludas calmada mientras a tu oficina caminas pausada.

Y sonríes. Y complaces. Y deslumbras. Y te halagan… Y llegan tus pastas junto a un vaso de agua. Y por fin se reacomoda por completo tu maldita fachada. Y la vida sigue. Y el tiempo continúa en marcha… Y tú…


             Y tú sigues engañada, hasta que la tormenta vuelva a tu puerta en otra nueva velada, porque tú, mi despreciable amiga… TÚ te encuentras acabada, putrefacta y… ¡Oh, oh!, seguramente, pronto olvidada. Sin duda alguna, la mejor solución contra tu misma clase alimañas.