Recuerdo la primera vez que la vi, su sonrisa aun en un
rostro lleno de cansancio. Recuerdo el primer pensamiento al observarla de
lejos “Que lindos pantalones, que linda se ve, se viste muy bien” acompañado de una sonrisa.
Recuerdo nuestra la primera llamada, donde no sabía que más decir y solo quería
seguirla escuchando reír. Recuerdo el primer encuentro, aquel en el que moría
de nerviosismo y terminé llevando a un amigo; ese donde solo me falto ponerme
un letrero que dijese “mírame y háblame tu, porque yo me siento morir y solo diré
incoherencias”, porque ya la había visto casi desde que se paseó frente a mi
facultad y hasta el punto donde sentada se dispuso a mi salida esperar.
Recuerdo los cafés y las llamadas. Recuerdo las charlas y las salidas
improvisadas; la forma en que calenté sus manos y ella poesía que la piel me
erizaba me declamaba. Recuerdo el primer beso junto con la primera vez.
Recuerdo sus ojos mirándome, su sonrisa radiante, sus brazos cálidos, su voz hipnotizadora. Recuerdo el bienestar que me regalaba, la seguridad que me
entregaba. Recuerdo también las lágrimas, mis celos, sus celos, mi frialdad, su soledad. Recuerdo
no querer hacerle daño. Recuerdo con ella querer compartir el resto de mis
años.
Recuerdo tantas cosas… Recuerdos de una historia que
seguramente buscare eliminar de mi memoria. Jamás permitiré que alguien dude de
mi amor, aun cuando las cosas no hayan pintado a mi favor, realmente se quedó
con mi corazón.
Ella era lo único que necesitaba, pero de amor no se vive y
yo tenía cosas más importantes que rescatar. Una familia, por ejemplo y por no
mencionar más.
Esta es mi versión de la historia, quizá a muchos les
parezca sosa o tonta, pero a mí no me importa; pueden pensar que soy la
malvada, la bruja desalmada, el demonio que robo un alma; igual… ¡al carajo sus
pensamientos! Yo solo quiero sacarlo de mi pecho.
Mi nombre es Sofía Soler, estudiante de último semestre de
una carrera que no les importa y una universidad que no vale la pena mencionar;
por otro lado, ella se llama Violette Leblanc, egresada de mi universidad, una
mujer por demás especial. La conocí una tarde por casualidad, hablamos un par
de meses por mensajes de texto y diversas formas de chat. Solía verla a lo
lejos y siempre me daba temor acercarme a charlar.
Fue ella quien una tarde tomo la iniciativa, fue ella quien
siempre me llevo por el camino que de ante mano tenía. Y así salimos un cierto tiempo,
yo con temblores cuando estaba con ella, ella con sonrisas que me llevaban
fuera del planeta. Me seducía, me llamaba, me hacía soñarla, me enamoraba.
Nunca espere que me tuviese en cuenta, pensé que sería siempre
una amiga y me sentía a gusto con la idea. Me sentía feliz de verla sonreír y
que, de una u otra forma, se preocupara por mí. No me importaba si era una
tarde en un billar, unas palabras después de estudiar, un mensaje antes de irme
a acostar o un “buenos días” cuando apenas me acababa de despertar. Para mi
estar en su vida era la luz y el sentido de mi existencia vacía.
Y así pasaron los días… Pero en cierta ocasión me arme de
valor y temblando le confesé mi amor… que dicha sentí cuando me correspondió,
cuanta felicidad embriago a mi corazón.
Los meses siguiente me desviví por hacerla feliz, por verla
tranquila, por lograr una pequeña sonrisa. Estaba tan enamorada; la amaba como
si no existiese un mañana. No me importaba darle un chocolate o una flor, un
ramo de rosas, un peluche o un bombón; besarla en mitad de la calle,
enfrentarme a mi padre o a mi madre. No me interesaba dejar a nadie atrás, ella
era mi todo, más importante que los demás.
Pero ella no confiaba, nuestra primera “pelea” fue por esa
causa. Aun así logramos seguir casi como si nada pero la herida ya estaba
formada y no cicatrizaba. Así el tiempo siguió; los días, los meses y, para
desgracia, los semestres.
Si hubiese tenido más tiempo, si hubiese soportado un
momento…
Las cosas empezaron a marchar mal, el dinero fue el maldito
factor principal. Las deudas empezaron a llegar, las enfermedades, presión de
la familia, mi debate interior.
Ella al inicio lo intento sobrellevar, hablamos y las cosas
yo intente acomodar. Pero hay cosas
importantes, mi hermano y su enfermedad terminal junto con el
tratamiento que nadie podía costear además de una casa que debía a como diera
lugar ayudar a levantar.
Las opciones fueron reducidas, quizá fue torpeza mía. Fuese
como fuese lo único que vi, aun cuando sabía
que me haría sufrir, fue una persona que estaba siempre allí pero que ya había mandado
a volar cuando con ella decidí salir. No ahondare en detalles de mi salvavidas,
solo diré que el precio fue de los más altos de mi vida. Solo necesitaba de mi socorrista el
tiempo suficiente para salir de mis problemas, solo necesitaba que ella
confiara un poco más, pero al final la curiosidad pudo más.
Recuerdo mucho cierta conversación, donde preguntaba si sería
capaz de estar con alguien aun si no lo quería. Mi respuesta fue un Sí rotundo,
conocía que hay cosas que nos obligan en la vida y yo bueno… Siempre pensare en
el bienestar de mi núcleo familiar antes de mi propia felicidad. No es una
excusa. No lo fue en ese entonces, no tiene por qué serlo ahora. Fue
simplemente una razón que me hizo hacer de ‘tripas corazón’, confiar en la
suerte que nunca está a mi favor y mirar si lograba concretar con mi “misión”
para poder entregarle a ella por completo mi amor.
Al final no importo mucho, había cometido un error
imperdonable, pero no agache la cabeza ni di explicaciones a nadie. Así como
ella no podía confiar, yo me forme dejando a todos de lado para mis problemas
afrontar. Es mejor hacer las cosas sin involucrar a muchas personas, ya me di
cuenta que al final siempre hay alguien que no sale bien librado.
Entonces finalmente debí guardar el anillo, las ilusiones,
mis esperanzas. Debí obligarme a mí misma a no derramar lágrimas, a afrontar
las cosas como vienen, como suceden; a abandonar su casa con una furia descontrolada,
en silencio y destrozada. Pero aquí la que importaba no era yo, era ella, mi
tesoro y devoción, uno que me encargue de dejar solo y sin protección.
Nuevamente los meses fueron pasando, final de un semestre aproximación
de su grado.
Ella salió y se marchó del país, se fue con mi corazón y me
dejo a mí aquí. Yo pagué mi condena, pero sigue la pena. No siempre encuentras
al amor de tu vida, el mío se fue a la mitad de cierto día, con miles de sueños
y expectativas más una que otra lagrima por culpa mía.
Yo seguí aquí, pensando un “qué hubiese pasado si”, pero el
tiempo no se puede retroceder. Yo fui la zorra y arpía, por el motivo que haya
sido, por el delito que haya cometido, pero finalmente fui quien todo destrozo,
de nada vale pedir perdón, de nada sirve esperar que me crean igual a nadie le pido que se fié de mi pena. Fue tarde para
decir la verdad, pero así soy yo, una gran desadaptada que prefiere la
felicidad ignorar y cometer idioteces por el bien de alguien que no lo agradecerá.
Aun así, quizá algún día me perdone. Me mire a los ojos como
antes y yo este lo suficientemente bien para decirle que la amare por el resto
de mi tiempo y que mi felicidad se fue cuando de su casa salí, que sin ella
vivir se hizo tormentoso y que nunca me alejaré pues aun cuando todo termino lo
único que quise fue su protección y si era necesario para curar su corazón aceptaría el
desprecio y olvido de mi existencia junto con mi presencia.
Pero eso… Eso es pedir demasiado, sin embargo… Algún día... Y yo espero y esperaré por ese día.